EL EPISCOPADO ES UN SERVICIO, NO UN HONOR: HOMILÍA DEL PAPA DURANTE LA MISA DE ORDENACIONES EPISCOPALES DEL 24/10/2013

Amen a los presbíteros y a los diáconos, a los pobres y a los indefensos y velen con amor a todo el rebaño. Estas son algunas de las exhortaciones que hizo el Papa Francisco durante la Santa Misa de esta tarde en la Basílica de San Pedro, durante la ordenación episcopal de Mons. Giampiero Gloder, presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica y de Mons. Jean-Marie Speich, nuncio apostólico en Ghana.

Les compartimos a continuación, el texto completo de su homilía, traducido del italiano:

Reflexionemos atentamente sobre la alta responsabilidad eclesiástica a la que son llamados estos nuestros hermanos. El Señor nuestro Jesucristo enviado por el Padre, para redimir a los hombres envió a su vez en el mundo a los doce apóstoles, para que llenos de la potencia del Espíritu Santo anunciaran el evangelio a todos los pueblos reuniéndolos bajo un único pastor, los santificaran y los guiaran a la salvación.

Con la finalidad de perpetuar de generación en generación este ministerio apostólico, los doce se valieron de colaboradores apostólicos transmitiéndole a ellos con la imposición de las manos, el don del Espíritu recibido de Cristo, que confería la plenitud del Sacramento del Orden. Así, a través de la ininterrumpida sucesión de los obispos en la tradición viviente de la Iglesia se ha conservado este ministerio primario, es la obra del Salvador que sigue y se desarrolla hasta nuestros tiempos.

En el obispo, circundado por sus presbíteros está presente en medio de ustedes, el mismo Señor Nuestro Jesucristo, sumo sacerdote “in eterno”.

Es Cristo, de hecho, quien en el ministerio del obispo sigue predicando el Evangelio de la salvación y santifica a los creyentes mediante los sacramentos de la fe. Es Cristo quien a través de la paternidad del obispo hace crecer con nuevos miembros su cuerpo que es la Iglesia. Es Cristo quien en la sabiduría y prudencia del obispo guía al pueblo de Dios en la peregrinación terrena hasta la felicidad eterna.

Acojan pues con alegría y gratitud a estos nuestros hermanos que nosotros los obispos, con la imposición de nuestras manos, asociamos al colegio episcopal. Rindan a ellos el honor que se debe a los ministros de Cristo y a quienes dispensan los ministerios de Dios, a quienes les es confiado el testimonio del Evangelio y el ministerio del Espíritu para la santificación. Acuérdense de las palabras de Jesucristo a los apóstoles: “Quien les escucha a ustedes, me escucha a mi, quien les desprecia a ustedes me desprecia a mi, y quien les desprecia a ustedes desprecia a Aquel que me ha enviado”.

En cuanto a ustedes, Jean-Marie y Giampiero, elegidos por el Señor, reflexionen que han sido elegidos entre los hombres y para los hombres han sido constituidos en las cosas que se refieren a Dios. Episcopado es de hecho el nombre de un servicio, no de un honor. Al obispo le compete más el servir que el dominar, según el mandamiento del Maestro: quien es el más grande entre ustedes se vuelva como el más pequeño, quien gobierna como aquel que sirve, siempre en servicio, siempre el servicio.

Anuncien la palabra en toda ocasión, oportuna y no oportuna. Adviertan, reten, exhorten con toda magnanimidad y doctrina, y mediante la oración y la ofrenda del sacrificio por su pueblo, alcancen de la plenitud de la santidad de Cristo, la multiforme riqueza de la divina gracia, mediante la oración.

Recuerden ese primer conflicto en la Iglesia de Jerusalén, cuando los obispos tenían tanto trabajo para proteger a las viudas, los huérfanos, que decidieron nombrar diáconos. ¿Por qué? Para orar y predicar la Palabra. Un obispo que no ora es un obispo “a mitad de camino” y si no ora al Señor termina en la mundanidad. En la Iglesia que a ustedes les fue confiada sean fieles custodios y dispensadores del misterio de Cristo, puestos por el Padre a la cabeza de su familia.

Sigan siempre el ejemplo del Buen Pastor que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas, y por ellas no dudó en dar su vida. El amor del obispo: amen con amor de padre y hermano a todos aquellos a quien Dios les confía. Amen sobre todo a los presbíteros y diáconos que son sus colaboradores, son sus prójimos más cercanos. Nunca hagan esperar una audiencia a un presbítero, respóndanles en seguida, estén cerca de ellos. Amen también a los pobres y a los indefensos y a quienes tienen necesidad de acogida y ayuda.

Exhorten a los fieles a cooperar al empeño apostólico y acérquenlos con gusto. Tengan viva atención hacia quienes no pertenecen al rebaño de Cristo porque también ellos les han sido confiados en el Señor. Recen mucho por ellos.

Acuérdense que en la Iglesia católica unidos en el vínculo de la caridad están unidos al colegio de los obispos y tienen que llevar la solicitud de todas las Iglesias acudiendo a las más necesitadas de ayuda.

Y velen con amor por todo el rebaño, en el cual el Espíritu Santo les pone a regir la Iglesia de Dios. Velen en el nombre del Padre, en nombre del cual toman la imagen, en nombre de Jesucristo su Hijo de quien son constituidos maestros, sacerdotes y pastores. Y en nombre del Espíritu Santo que da vida a la Iglesia y con su potencia sostiene nuestra debilidad. Que así sea.

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