LAS PIEDRAS Y EL PAN

Un modelo de organización social que apunta sólo al bienestar material prescindiendo de Dios y de su revelación en Cristo acaba por “dar a los hombres piedras en lugar de pan”. Benedicto XVI utiliza una imagen evangélica elocuente para recordar que los sistemas ideológicos y políticos basados únicamente en la “fuerza del poder y de la economía” no han superado la criba de la historia. “El hombre —advierte en la misa presidida el domingo por la mañana, 11 de septiembre, en Ancona, clausurando el XXV Congreso eucarístico nacional— se comprende sólo a partir de Dios”: la relación con él, de hecho, da “consistencia a nuestra humanidad” y hace “buena y justa nuestra vida”.
 
En este sentido la Eucaristía es el punto de partida “para recuperar y reafirmar la primacía de Dios”. El Papa lo subraya con fuerza cuando expresa que la espiritualidad eucarística representa el “verdadero antídoto para el individualismo y el egoísmo” porque “conduce al redescubrimiento de la gratuidad” y de la “centralidad de las relaciones” en la existencia humana. Si la Eucaristía “sostiene y transforma la vida cotidiana entera” —asegura—, es capaz de promover el nacimiento de “un desarrollo social positivo, que tiene en el centro a la persona, especialmente a la pobre, enferma o necesitada”. Quien “sabe arrodillarse ante al Eucaristía”, en efecto, “no puede no estar atento, en la trama ordinaria de los días, a las situaciones indignas del hombre, y sabe inclinarse en primera persona hacia el necesitado; sabe partir el propio pan con el hambriento, compartir el agua con el sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo y al prisionero”.
 
El Pontífice relanza la centralidad de la espiritualidad eucarística también como “vía para restituir dignidad a los días del hombre y a su trabajo, en la búsqueda de su conciliación con los tiempos de la fiesta y de la familia y en el empeño por superar la incertidumbre de la precariedad y el problema de la desocupación”. Una llamada explícita a la difícil realidad social y laboral de la región, que el Papa tiene ocasión de experimentar de cerca durante el almuerzo al término de la misa. A su mesa se sientan veinte representantes de las categorías más golpeadas por la crisis que ha puesto en jaque una parte considerable de la economía marquisana: subsidiados, precarios, desempleados, pobres. Y Benedicto XVI les confirma: “Conozco vuestros problemas; estoy cerca de vosotros. Toda la Iglesia está cerca de vosotros”.

A este tema el Pontífice se refiere igualmente por la tarde, cuando —tras el encuentro con los sacerdotes y los matrimonios en la catedral de San Ciríaco— responde a las preguntas de los novios reunidos en la plaza del Plebiscito. Sirviéndose de la imagen de la mesa preparada en las bodas de Caná, el Papa observa que entre los jóvenes frecuentemente falta “el vino de la fiesta”. Y recalca que “sobre todo la dificultad de encontrar un trabajo estable despliega un velo de incertidumbre sobre el futuro”. Una condición —evidencia— que “contribuye a posponer la toma de decisiones definitivas, e incide de modo negativo en el crecimiento de la sociedad, que no consigue valorar plenamente la riqueza de energías, de competencias y de creatividad” de los jóvenes. De aquí el llamamiento a “perseguir un ideal alto de amor” dando espacio a Cristo, quien lleva a toda existencia “el vino de la fiesta”.

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